viernes, febrero 10, 2006

Loca Ars Poética

Escucho tus tacones venir lentamente por el pasillo; dejo mi chaqueta en el asiento de enfrente para que nadie lo ocupe por si llegaras a aparecerte de pronto. A menudo es el loco –el que tú conoces- el que aborda estos trenes sin nombre, en silencio, de esta manera en que no te gusta verme, tan clandestino, tan invisible. Echo a correr la imaginación dentro del vagón pero todo es sombrío, sin embargo, cuando lo hago hacia el paisaje exterior me observo divagar entre mi propio pensamiento y el conteo de cientos de árboles que pasan en estampida escapando del sol que los persigue implacable por el camino. Cada cierto tiempo tomo notas, dibujo; pego la nariz sobre el vidrio… El recuerdo nace como un fantasma burlón; en cada ciudad, en cada estación que es mencionada por el altavoz: ítaca, comala, santa maría, macondo, bloggia (...) Entre las piedras blancas que saltan como yescas entre las vías, estás. En el camino que serpentea, tú. Vistos desde acá, los rieles que pasan entre los ojos, los durmientes, y la estructura pesada, a una velocidad increíblemente rápida me recuerdan cómo debe dolerle también al acero. Miro alrededor y observo sólo gente cansada. Afuera el paisaje se conserva intacto: siempre llano, siempre limpio, siempre verde paseando libremente entre el aire, las crestas del sol y los maizales que brillan entre los lomos de las bestias que pastan sudorosas sin inmutarse por nada. Por un instante me he creído una de ellas: pastando, mugiendo, espantando las moscas con mi cola. También por un instante he creído escuchar el trinar de unos pájaros (me alegra el trinar de unos pájaros), de inmediato los asocio a ti (no sé por qué) y abro a todo lo que me da -con la fuerza de un impulso demencial- el ventanal del tren para que se llene de ellos y para que entres por allí por si decides venir volando. Los pasajeros se voltean al oír tal sonajera y se quedan observándome en silencio. La ráfaga de aire que acaba de entrar casi me ha volado -de tajo- la cabeza junto a la gorra azul que uso para estos viajes. Un desorden de papeles, revistas y periódicos salen volando por los aires inundando el resto del salón. Esta vez los viajantes menean sus cabezas y me miran con un gesto feo. Una sonrisa nerviosa se me queda congelada porque apenas tres segundos más tarde el sonido de una locomotora que ha pasado en sentido contrario me ha ensordecido. Aprovecho esto para asomarme de nuevo a la ventana e invoco tu nombre a grito pelado, jajaja (que risa). No creo que nadie lograra escuchar nada, pero los pasajeros me han vuelto a mirar -ahora asustados. La calma regresa automáticamente al cerrar la ventana. Vuelvo a mi paisaje verde. La tranquilidad de las montañas y ese resplandor que insiste a los lejos me han serenando. “Ya el loco está tranquilo”, les oigo susurrar; también me lo susurro, en silencio. Me pregunto ¿Qué viene ahora? ¿Qué vendrá después? ¿Leer, seguir tomando notas, dibujarte de nuevo? Nunca lo sé. Nunca sé en qué parará la historia. Es mejor callar; quedarme quieto, envolverme en mi asiento y dejar que el silencio termine de inventarte, acercándote, zumbeándote (nuevo verbo silencioso que acabo de inventar, viene de zoom fotográfico) por el cristal y recurrir a la magia de pronunciar tres veces tu nombre: 1)...2)... 3)... Así te invoco -en silencio. Así se invocan las ideas, las musas que no terminan de llegar. Así rezo también. Oh, es que nada más es cosa de asomarse a cualquier ventana y verte venir por el aire. Sigo soñando en vida que soy mitad mineral, mitad vegetal mitad todo menos quien debo ser. Sueño despierto sin menoscabo de nada, ni de lo simple ni de lo complejo ni de lo puro ni de lo profano, como siempre esta simultaneidad avasallante de todos los instintos a la vez. Entonces de nuevo te veo volar como solías venir volando, volar volando, venir volando hasta acercarte a mi tren, parar en el aire, guardar tus alas en la maleta, caminar por el andén y sentir el crujir de la escalinata cuando comienzas a abordar por fin. Ascenderás al vagón y te irás trasladando entre los asientos cuidando que tus caderas no rocen los bordes, los pasamanos y algunos hombros que se inclinan hasta la orilla para chocarte “por accidente”. Ahora sé que todos nos miran. Que dulce es observar en tu sonrisa que ahora eres como mi otra mitad, tanto o más mágica que la mía, tanto o más loca que la mía. Me sobrepuse a tu voz, a tus gritos, a tu llanto, también al mío y a mi tonto desenfreno, pero que bueno es verte otra vez asomándote a mi ventana, robándome el paisaje con los ojos del alma: mi campo, mis ciudades favoritas, pero saber que estás, sólo eso, saber que estás, saber que no te has ido. Me quedo aguardando esa palabra que no dijiste. Me quedo como un pájaro ardiendo en este muro.

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