martes, enero 03, 2006

Unas palabras a modo de introducción...

La escritura como un Acto Valor.

Si no lees el libro nunca te vas a enterar. Es mágico. La historia parte distinta cada vez que se abren sus portadas; es un viaje personal, que tiene vida propia, y cada persona aportará elementos nuevos a los materiales usados en el poema. Allí se producirá esa mágica correspondencia con el autor. Reflectores aquí y allá, la intensidad del sol, los pájaros y la escenografía la pones tú, y tu cerebro. Esa enorme caja de resonancias que designa la escala de colores y valores; el cálido matiz de las palabras; el color de la ropa; la forma de poner las bocas en el beso; hasta los nombres de los protagonistas. Escribir un libro es entregar una pauta de sensaciones; es como decir “mira aquí está el abismo, elige tú si quieres caer parado o de cabeza”... Mi auténtico oficio es el escribir. Quiero este oficio. Es inexplicable. Y doloroso también. Es un acto valor que requiere de mucha valentía; es luchar contra viento y marea contra los designios; la adversidad y el tiempo, y sacar lo mejor de la circunstancia más insignificante o adversa. Ordenar, trabajar las palabras. Destruir, quemar. Luego están las sequías inesperadas, y las crisis; de ahí a no encontrarse a sí mismo, a no sentirse en sintonía, y luego la página en blanco y los llantitos y la paranoia. El hecho de tener inspiración justo en el momento en que tocaron al timbre puede resultar la alegría más grande o la maldición más absoluta. Pero todo gana al poema. O pierde, según el cristal. Este es un pan amoroso. Es un pan que amasamos en conjunto, día a día, con resultados insospechados; les ofrezco este pan generoso y bueno, y mis letras, que aunque rebeldes, no harán otra cosa más que allanar los caminos. He aquí, el festín.

María Cristina Grassi - Caracas, Junio 2005

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